martes, 4 de septiembre de 2012

Los riesgos de la Innovación

La naturaleza de la Innovación es esencialmente impredecible, riesgosa y, en algunos casos, muy costosa. No obstante, su valor creador de nuevas riquezas económicas y sociales es constantemente destacado por los más importantes economistas modernos. William Baumol de la Universidad de Princeton señaló que virtualmente todo el crecimiento económico que ocurre dentro del capitalismo es producto de una actividad nueva (innovadora), por lo que esta actividad se vuelve obligatoria y "de vida o muerte para las empresas". David Teece, de la Universidad de California Berkeley, agrega que la creación de riqueza se limita al desarrollo y la apropiabilidad de replicar y generar bienes intangibles (conocimiento).



 A lo largo de la historia del siglo XX, los científicos, inventores y emprendedores han logrado amoldar nuestra vida moderna con conocimientos valiosos que han cambiado nuestras vidas. ¿Cómo nos moveríamos sin los autos que Henry Ford creó gracias a su proceso de cadena de producción? ¿Cuántos niños y adultos hubieran muerto sin la penicilina de Alexander Fleming? Yo mismo no estaría escribiendo estas líneas sin la visión de Bill Gates y su ambiente computacional Windows. Los hermanos Wright, Edison, Bell, Crick y Watson, Berners Lee, Hazen, Curie, Marconi, Shockley, Kwolek, Flanagan y Einstein. ¿Qué sería del mundo actual sin ellos? 

La evidencia apunta que el conocimiento es el más poderoso motor del desarrollo humano, que incluso el Banco Mundial ya advirtió es el factor determinante en la calidad de vida que logran las naciones, aun mayor que la capacidad de trabajo. Algo cada más relevante con la competitividad que hoy nos trae la globalización. Sin embargo, la conciencia del hombre no ha evolucionado del mismo modo y los avances científicos y tecnológicos solo pueden ser avisorados y valorados por pocos iluminados. Aquí es donde el rol del emprendedor cobra una gran relevancia, pues él será el encargado de transferir ese conocimiento hacia la sociedad en nuevos productos, servicios y procesos. En el otro lado de la vereda, están los escépticos que creen controlar el conocimiento presente, pero no son capaces de visualizar el futuro. Y no estamos hablando de gente menos favorecida intelectualmente, sino que de mentes brillantes de su época, que lanzaron frases tajantes respecto al desarrollo tecnológico. Algunos ejemplos son:


  • "Máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles", Lord Kelvin, Presidente, Royal Society, 1895.
  • "Todo lo que se pudo inventar ya ha sido inventado", Charles H. Duell, Comisionado de la Oficina de Patentes de EE.UU., 1899.
  • "Creo que en el mundo existe mercado para máximo cinco computadores", Thomas Watson, Director de IBM, 1943.
  • "No hay razón para que alguien quisiera un computador en su hogar", Ken Olson, Presidente y Fundador de Digital Equipment Corp., 1977.
  • "640 Kb de RAM es suficiente para cualquier necesidad", Bill Gates, Fundador de Microsoft, 1981. 

    Como podemos apreciar, incluso de la última cita que viene de un emprendedor que revolucionó un área de la tecnología, la innovación es impredecible y los riesgos de anticiparla son altos. Muchas de las innovaciones que transformaron nuestra sociedad no fueron entendidas en un comienzo: el automóvil, el teléfono, la computación en el hogar o la ingeniería genética, fueron atacadas en su tiempo y tachadas de inservibles. Hoy lo volvemos a ver, cuando gran parte de la población se cuestiona qué beneficios concretos aporta el descubrimiento del Bosón de Higgs. Es importante recalcar que las innovaciones radicales requieren una acumulación de cambios, que después permiten dar un salto significativo en la forma cómo vivimos. Esto requiere tiempo y no se da todos los días, asimismo necesita equipos interdisciplinarios de científicos e ingenieros que abran potenciales aplicaciones para el conocimiento generado.

    Aunque una cuota de visión y optimismo nunca sobran cuando se trata de anticipar el futuro. En 1909, el inventor e ingeniero de origen serbio Nikola Tesla describió un tipo de comunicación inalámbrica, en el cual las personas llevarían un instrumento portátil donde recibirían información (artículos de prensa, dibujos y fotografías), además de comunicación oral desde cualquier parte del mundo, sin importar la distancia. La predicción de Tesla demoró un siglo, pero hoy podemos decir que tenemos telefonía móvil con Internet. Una invención que indudablemente cambió nuestras vida.
  • viernes, 31 de agosto de 2012

    La comunicación inalámbrica del Futuro


    Por Nikola Tesla en The New York Times
    republicado por revista Mecánica Popular (1909)
    Original traducido por Horacio González

                    “Las aplicaciones de los principios revolucionarios del sistema inalámbrico apenas han comenzado. Lo que estamos a punto de lograr en el futuro es capaz de sobrepasar la comprensión del ser humano actual”.


                    Esta profecía inicial fue realizada por el Sr. Nikola Tesla. Hablando de las utilidades de la transmisión inalámbrica en el futuro próximo, afirma: “La atención del mundo ha sido capturada por el telégrafo inalámbrico, pero aún es un tecnología bastante primitiva. Hasta ahora solo ondas eléctricas han sido utilizadas, las cuales han sido rápidamente han copado el espacio aéreo. Es posible, no obstante, transmitir corrientes eléctricas de enorme poder por miles de miles sin disminuir su energía. Ésta no es una teoría, pero una verdad establecida por muchos experimentos prácticos. Pronto será posible transmitir mensajes inalámbricos por todo el mundo tan simplemente que cualquier individuo podrá llevar y operar su propio aparato de comunicación. La poderosa transmisión inalámbrica cruzará océanos, por ejemplo, abriendo obviamente un nueva era en el desarrollo mecánico”.  

    “Pronto será posible, por ejemplo, para un ejecutivo en Nueva York dictar instrucciones y tenerlas aparentemente tipeadas por alguien más en Londres. Él, una vez más, será capaz de llamar desde su escritorio y conversar con cualquier usuario telefónico del mundo. Solo será necesario llevar un instrumento casi sin costo y no más grande que un reloj, que permitirá escuchar a cualquier persona y donde sea, tierra o mar, por distancias de miles de millas. Uno podrá escuchar o transmitir discursos o canciones de los lugares más apartados de la Tierra. De la misma manera lo serán las fotografías, dibujos o artículos impresos que también podrán ser transferidos. Así será una simple acción, mantener los rincones del mundo en contacto uno con otro. La canción de un gran intérprete, el discurso de un líder político, el sermón de un gran párroco, la lectura de un hombre de ciencia, serán distribuidos a la audiencia a través de todo el mundo”.

                    “Aún más importante que esto, sin embargo, será la transmisión de energía sin necesidad de cables por grandes distancias. He experimentado con un modelo de bote operado por energía eléctrica sin cables y los resultados son asombrosos. Es posible, considero, controlar los movimientos del bote desde una estación central sin conexiones eléctricas de ningún tipo. Lo que se ha hecho con este pequeño botecito en un estanque de agua podrá ser realizado eventualmente mediante largas líneas a cualquier distancia desde tierra. En otras palabras, un barco podría ser conducido por el océano Atlántico a altas velocidades dirigido por una energía inalámbrica desde una estación en la costa. Creemos confiadamente que en los próximos años muchas de estas maravillas serán meras acciones comunes y obvias”. 

    martes, 26 de junio de 2012

    ¿El fin de la Ley de Moore?

    Gordon Moore era un joven ingeniero de IBM, cuando en 1965 observó una tendencia que en la igualmente novel industria de la tecnología digital iba a dominar la estrategia de comercialización de la computación. Moore señaló que la complejidad de los semiconductores se duplicaría cada año con una considerable baja en su costo. Así fue como nació la Ley de Moore, la cual estima que cada 12 ó 18 meses se dobla el número de transistores en un circuito integrado. Moore posteriormente creó Intel, empresa que ha basado su éxito en la premisa de su fundador. 
    El cumplimiento de Moore no solo se ha podido constatar sin discusión casi medio siglo después de formulada, sino que domina nuestras preferencias de consumo en la muy relevante industria de la tecnología de la información. En la actualidad, el consumidor tecnológico da por sentado que cualquier computador que compre hoy es mucho más eficiente y poderoso que el modelo de hace un año atrás. Incluso, es casi un derecho exigir tal característica. Ésa es la razón por la cual compramos nuevos computadores y artículos electrónicos similares cada año, porque sabemos que son dos y hasta tres veces más poderosos que hace 12 meses atrás. Pero, ¿qué pasaría si la Ley de Moore colapsara, convirtiendo a cada generación de productos tecnológicos en exactamente lo mismo que la anterior? ¿Por qué los consumidores se molestarían en comprar un nuevo computador que tiene el mismo rendimiento que su antecesor?

    Esta inquietante pregunta aparece en el último libro de Michio Kaku, "Physics of the Future". Kaku es profesor de física teórica en City University de Nueva York y una especie de rock star dentro del mundo científico, gracias a una serie de publicaciones de libros de ciencia que han acercado al gran público a este temático y además como conductor de programas de TV en el canal Science y Discovery.

    Kaku continúa y afirma que dado que los microchips están presentes en una gran cantidad de productos, el fin de la Ley de Moore tendría desastrosos efectos para la economía mundial, pues industrias completas detendrían su producción, millones perderían sus trabajos y ocurriría una crisis económica y tecnológica de proporciones. Considerando que en 26 años el número de transistores en un chip se ha incrementado 3200 veces y que en el 2004 la industria de transistores produjo más cantidad y a un menor costo que la producción mundial de arroz, creo que no es necesario entrar en detalle sobre su importancia en el desarrollo de la humanidad y sin mencionar los trillones de dólares que están puestos sobre la mesa. Kaku explica que la forma en que la Ley de Moore culminará y cómo será reemplazada es cosa de las leyes de la física. 

    Para entender esa situación, es importante saber  que el increíble éxito de la computación descansa en varios principios de esta disciplina científica. Primero, los computadores han logrado la velocidad que tienen hoy, gracias a las señales eléctricas que viajan a la velocidad de la luz, que es la máxima conocida por la teoría física. En un segundo, un haz de luz puede viajar de la tierra a la luna. Los electrones también se mueven alrededor a un átomo. Esa combinación de electrones y su velocidad permite enviar señales eléctricas, lo que fue el eje de la revolución electrónica del siglo XX. Prácticamente no existen límites a la cantidad de información que se pueden ubicar en un haz de luz. Esto significa que la fibra óptica puede llevar una cantidad de 10 bits elevado a 11, cargando información en una sola frecuencia. Entonces en un cable repleto de fibra óptica, el volumen de información es casi infinito. 

    Por su parte, el crecimiento del poder de los computadores ha sido conducida por los transistores en miniatura. Un transistor es una puerta que controla el flujo de electricidad. El chip computacional contiene cientos de millones de transistores en una plantilla de silicona del tamaño de una uña. Dentro de un computador hay microchips con transistores que solo pueden observarse a nivel microscópico.

    Ahora bien, como ya dijimos antes, la fabricación de un microchip comienza con el diseño de un modelo, el cual luego es impreso en una plantilla con millones de transistores en ella. Esta plantilla se plasma sobre una lámina de silicona, sensible a la luz. La luz ultravioleta entonces se focaliza en la plantilla que penetra la silicona. Luego este molde es bañado en ácido, creando los pequeños surcos del circuito y así distribuyendo el intrincado diseño de los transistores. Esto da como resultado capas de conductores y semiconductores, con el ácido cortando el molde en distintos niveles de profundidad y patrones, pudiendo de esta manera fabricar circuitos de gran complejidad.

    El crecimiento del chip se logra gracias a que la luz ultravioleta puede ser regulada y con ello la espesura puede ser cada vez más minúscula y precisa, con lo que más transistores pueden ser introducidos en los moldes de silicona (cumpliendo la Ley de Moore). No obstante, la densidad de la luz tiene un límite y puede conseguir que el transistor más pequeño sea grabado en una superficie de aproximadamente 30 átomos, pero si se continúa estirando el proceso igual llegará un punto en el que físicamente será imposible ubicar más de un transistor dentro de un átomo.

    Kaku estima que alrededor del año 2020 se producirá el quiebre de la Ley de Moore. Esto representará el fin de la producción de chips en silicona y el ingreso a una nueva era. ¿Qué significa esto? Una nueva generación de científicos conducidos por la Teoría de la Física Cuántica tendrá que tomar el control. Pero suponiendo que esto suceda, la velocidad de la producción computacional no será tan veloz como antes; por lo que doblar la capacidad de rendimiento de un computador no tomará 18 meses, como en la actualidad, sino que muchos años.

    No es claro cuál podría ser el avance de los microprocesadores una vez alcanzada su capacidad máxima, incluso existen ingenieros que todavía dudan que el fin de la Ley de Moore vaya a ocurrir. La mayoría de ellos trabaja en Intel: "Cuando peleas contra una ley, lo más probable es que pierdas", aseguran desde el gigante tecnológico.

    Sin embargo, a mi juicio, este dilema plantea una cuestión fascinante en la gestión y administración de la tecnología: ¿Deben las empresas con fines de lucro realizar ciencia básica? Eso lo intentaremos responder en una siguiente entrada de este blog.

    martes, 15 de mayo de 2012

    La innovación popular



    La creciente competitividad de la economía moderna ha llevado a las empresas a buscar nuevas estrategias en la forma cómo hacen negocios. Una de las fuentes de nuevas ideas ha sido tanto la ciencia de base como la ingeniería aplicada. Luego de la II Guerra Mundial, el consejero científico del gobierno estadounidense, Vannevar Bush, aseguró que los países que extravían sus habilidades de innovar en ciencia y tecnología, iban a perder irremediablemente también el control sobre su propio destino, al carecer del poder para generar prosperidad y seguridad nacional. Recordemos que Estados Unidos ganó la II Guerra Mundial gracias a los investigadores que inventaron la bomba atómica, derivada de múltiples teorías científicas.
    En la actualidad, se espera que los países que realicen avances científicos de vanguardia les entregue un liderazgo para decidir la forma en que el resto del mundo vive. Disciplinas como la nanotecnología y biotecnología tendrán un profundo impacto en nuestra sociedad globalizada, gracias a la ingeniería genética, organismos sintéticos y, en un futuro muy lejano, los nanobots.

    Un simple esquema de la política de innovación se desarrolla tradicionalmente de la siguiente manera:
     

    Así, la cadena de innovación parte con el esfuerzo que hace el Gobierno, al otorgar subsidios a la ciencia para hacer investigación. Además el Estado debe procurar el constante desarrollo de nuevas generaciones de científicos, a través de las universidades, para que el ciclo de la investigación prosiga su desarrollo. Luego entran inversionistas que ven una oportunidad comercial en aquella investigación; no daña recordar que el objetivo del capitalista es obtener un retorno monetario sobre su inversión. La manera tradicional de comercializar ese descubrimiento es a través de empresas, ya sea establecidas o bien creando una nueva. Todo esto culmina en ofrecer al mercado nuevos productos y servicios que mejoren su calidad de vida.

    No obstante, los avances científicos y tecnológicos son difíciles de traducir por las empresas y, por ello, en muchas ocasiones no logran ser interpretadas por el sector industrial. De esa forma, las compañías prefieren tomar un camino de solución interno a los problemas que presenta el mercado y la competencia. Con eso, están evocando la vieja (pero poderosa) estructura de “nosotros lo podemos hacer también (¡y aún mejor!)”. O bien, se excusan diciendo que la innovación es para las grandes corporaciones: “Somos pequeños y no tenemos tiempo para hacer investigación, primero vendamos el stock en nuestras bodegas, hagamos fluir las ventas y después hablamos”. Chile ha perdido 30 años con esa política empresarial. 

    Es así, como existen industrias renuentes a innovar por el alto costo y riesgo que eso involucra. Aquello es entendible si la fuente de ideas es externa y tan elusiva de atrapar como el conocimiento científico. Sin embargo, existen otras posibilidades alojadas en el ingenio popular, la cual se puede ir complementando con la técnica. La técnica puede ser descrita como el conocimiento que busca llegar a un resultado determinado, como, por ejemplo, la reparación de automóviles.

    Esta combinación de factores permite reconocer soluciones ingeniosas y, especialmente, diferentes a lo que el resto hace, las cuales son desarrolladas para mejorar los medios actuales y que al mismo tiempo sean capaces de promover cierta sustentabilidad en el tiempo (vale decir, hacer algo durante un período prolongado hasta que otra idea lo reemplace). La conjunción de ambas situaciones (ventaja competitiva y sustentabilidad), entrega indudablemente una posición de liderazgo para la empresa, la que debe contar con otras capacidades adicionales para capturar, desarrollar y vender tal innovación de base. Esa empresa debe tener presente que si no es capaz de innovar, la competencia lo hará y así conseguirá la antes mencionada posición de ventaja.

    Entonces, en mi opinión, aquello no es posible conseguirlo con viejas ideas, que se disfrazan de novedosas y distintas gracias a técnicas de marketing (englobadas en las tradicionales cuatros Pes: producto, precio, promoción y plaza). No basta con ser el más barato o estar más cerca del público objetivo. Tampoco se resuelve con ofertazos de última hora. La clave es diseñar una tecnología, que bien puede ser incluso la combinación de múltiples componentes, para generar esa innovación de base.

    Esta tecnología puede ser simple y provenir de una idea ingeniosa, que como un rompecabezas logra identificar y reunir las piezas que se necesitan para dar curso a la innovación y así generar un nuevo producto y/o servicio.

    De lo contrario, la empresa que persiste en sus esfuerzos por vender más de lo mismo está condenada a desaparecer en esta floreciente economía del conocimiento.

    jueves, 5 de abril de 2012

    De Yuppies a Tekkies



    En los últimos 12 años se ha incubado una profunda transformación en las generaciones de nuevos empresarios y ejecutivos en el mundo occidental. Pero, como muchos de los cambios radicales, es silencioso y ha requerido tiempo.

    Durante la década de los ochentas, el estilo predominante de los ejecutivos jóvenes era el concepto “yuppie”. Ataviado con traje y corbata, recién afeitado y pasado por la peluquería, se paseaba con un maletín Armani con cientos de stock-options para ofrecer a sus clientes en las calles de Nueva York. Generaciones completas adoptaron esta forma de trabajo que se convirtió en un estilo de vida. La imagen era muy importante y no podían dejar nada al azar. Las reuniones de negocios ocurrían en los últimos pisos de los más lujosos edificios de la ciudad y cuando abrían sus maletines lo que tenía que aparecer era oro puro a la vista de los inversionistas.

    Era un manera de crear valor esencialmente a través del dinero. Así, se hacía crecer a la empresa comprando papeles y luego cuando su precio superaba un límite, se repartían las ganancias entre los inversionistas. En un trabajo así, conocer en detalle el movimiento de las acciones era fundamental y en eso las nuevas tecnologías móviles, surgidas a comienzos de los noventas, como el bíper y el celular, consiguieron que los agentes de bolsa tuvieran un auge mayor. Esto dio como resultado que la principal motivación fuera recuperar la inversión en el breve plazo.  

    Con el surgimiento de la tecnología digital y la oportunidad que éstas ofrecían de acercar la construcción de software a prácticamente cualquier ser humano, se abrió un nuevo concepto de ejecutivo, en esta ocasión mucho más informal. Los creadores de Google y Yahoo! eran estudiantes de doctorado cuando diseñaron los algoritmos que los hicieron famosos. Acunados en Silicon Valley, los  emprendedores tecnológicos ofrecían proyectos. No obstante, al contrario de los yuppies, se visten con pantalones sueltos, zapatillas, comen pizzas y duermen en un sofá. En las reuniones de trabajo cuando abren sus mochilas universitarias lo que sacan son ideas y sueños. Mark Zuckerberger llevó esto a otro nivel, con su simple pero genial Fcebook, que creció de manera exponencial en unos pocos meses luego de su fundación.

    Siguiendo esa lógica, nunca vimos a Steve Jobs presentar los nuevos modelos de iPad en traje y corbata. Sino que usaba el mismo beatle y los blue-jeans. Claramente representaba un modelo práctico pero autónomo a la vez. Aunque quizás lo que más fascinaba en la audiencia era su discurso apasionado y el reflejo de su vida como innovador tecnológico, que no solo buscaba vender sino que quería dejar un legado y cambiar la forma en cómo las personas se comunicaban, compartían y producían contenidos. A Jobs le costó años hacer entender eso a los gerentes de Apple, que lo despidieron a principios de los noventas, para  más tarde volver y convertir a esta empresa en el fabricante de hardware número del mundo. 

    En la actualidad, las potencialidades que ofrece la innovación han alertado a las firmas a concretar de manera más veloz este cambio de paradigma entre su personal. El estilo formal y estrictamente financiero al interior de las empresas ha dado paso a la creatividad y libertad, que permite la incubación de nuevos proyectos, para luego convertirse en un intra-emprendimiento. En EE.UU., esto se refleja en que un tercio de las empresas entregan un día libre a sus empleados para que desarrollen proyectos de interés personal. Esta práctica que fue acuñada por 3M, a principios de los setenta, dio como fruto la invención del Post-it, aquel taco de papel que permitía anotar breves conceptos o ideas y, lo más asombroso, se podía pegar y despegar en cualquier superficie. Una simple idea inventada por el científico Art Fry en 1980, pero que sigue fascinando al mundo contemporáneo hasta el punto de que muchos ambientes de escritorio computacionales tienen Post-it virtuales e incluso hay obras de arte diseñadas con estos papelitos amarillos (¿fue Post-it el verdadero inspirador para Twitter?).

    No podemos rehuir a la pregunta: ¿Es posible alimentar estos ambientes de innovación al interior de las empresas chilenas? La respuesta parcial y por ahora es no, pero estamos camino a eso y para que ocurra sería necesario un cambio cultural, que altere la relación vertical y jerárquica que aún subsiste en las compañías nacionales y convertirla en una modelo horizontal, donde las jefaturas estén abiertas a escuchar nuevas ideas y, sobre todo, sin temor a implementarlas. De otra forma, ¿será posible que las empresas chilenas puedan retener a sus recursos humanos, cada vez más libres y creativos, alentados por la posibilidad de la comunicación virtual, si lo que ofrece son encasillamientos continuos en lo que se “debe hacer” en negocios? 

    Es aquí donde el Gobierno tiene que mantener su empeño en fomentar el emprendimiento, porque es en estos nuevos ambientes donde se valora más la flexibilidad y se apoya cualquier idea que permita sacar adelante el negocio. Esto sería difícil que lo financien las élites económicas, más dispuestas a apostar por oportunidades de menor riesgo y desechar el emprendimiento por el alto riesgo que involucra.

    En la nueva economía del conocimiento es esencial anticipar “eventos”, capaces de cambiar el mercado e incluso la sociedad, como el iPhone. Vale decir lo que produce la competencia mediante un nuevo producto o servicio en sus procesos de innovación. Una vez que la clase ejecutiva chilena incluya este pensamiento, por cuenta propia podremos ser capaces de generar nuestra propia innovación tecnológica. En definitiva, las empresas nacionales pasarán de ser organizaciones que simplemente “podemos ser”, siguiendo al líder; a una que “queremos ser”, armados con las herramientas necesarias para proponer cambios.