jueves, 5 de abril de 2012

De Yuppies a Tekkies



En los últimos 12 años se ha incubado una profunda transformación en las generaciones de nuevos empresarios y ejecutivos en el mundo occidental. Pero, como muchos de los cambios radicales, es silencioso y ha requerido tiempo.

Durante la década de los ochentas, el estilo predominante de los ejecutivos jóvenes era el concepto “yuppie”. Ataviado con traje y corbata, recién afeitado y pasado por la peluquería, se paseaba con un maletín Armani con cientos de stock-options para ofrecer a sus clientes en las calles de Nueva York. Generaciones completas adoptaron esta forma de trabajo que se convirtió en un estilo de vida. La imagen era muy importante y no podían dejar nada al azar. Las reuniones de negocios ocurrían en los últimos pisos de los más lujosos edificios de la ciudad y cuando abrían sus maletines lo que tenía que aparecer era oro puro a la vista de los inversionistas.

Era un manera de crear valor esencialmente a través del dinero. Así, se hacía crecer a la empresa comprando papeles y luego cuando su precio superaba un límite, se repartían las ganancias entre los inversionistas. En un trabajo así, conocer en detalle el movimiento de las acciones era fundamental y en eso las nuevas tecnologías móviles, surgidas a comienzos de los noventas, como el bíper y el celular, consiguieron que los agentes de bolsa tuvieran un auge mayor. Esto dio como resultado que la principal motivación fuera recuperar la inversión en el breve plazo.  

Con el surgimiento de la tecnología digital y la oportunidad que éstas ofrecían de acercar la construcción de software a prácticamente cualquier ser humano, se abrió un nuevo concepto de ejecutivo, en esta ocasión mucho más informal. Los creadores de Google y Yahoo! eran estudiantes de doctorado cuando diseñaron los algoritmos que los hicieron famosos. Acunados en Silicon Valley, los  emprendedores tecnológicos ofrecían proyectos. No obstante, al contrario de los yuppies, se visten con pantalones sueltos, zapatillas, comen pizzas y duermen en un sofá. En las reuniones de trabajo cuando abren sus mochilas universitarias lo que sacan son ideas y sueños. Mark Zuckerberger llevó esto a otro nivel, con su simple pero genial Fcebook, que creció de manera exponencial en unos pocos meses luego de su fundación.

Siguiendo esa lógica, nunca vimos a Steve Jobs presentar los nuevos modelos de iPad en traje y corbata. Sino que usaba el mismo beatle y los blue-jeans. Claramente representaba un modelo práctico pero autónomo a la vez. Aunque quizás lo que más fascinaba en la audiencia era su discurso apasionado y el reflejo de su vida como innovador tecnológico, que no solo buscaba vender sino que quería dejar un legado y cambiar la forma en cómo las personas se comunicaban, compartían y producían contenidos. A Jobs le costó años hacer entender eso a los gerentes de Apple, que lo despidieron a principios de los noventas, para  más tarde volver y convertir a esta empresa en el fabricante de hardware número del mundo. 

En la actualidad, las potencialidades que ofrece la innovación han alertado a las firmas a concretar de manera más veloz este cambio de paradigma entre su personal. El estilo formal y estrictamente financiero al interior de las empresas ha dado paso a la creatividad y libertad, que permite la incubación de nuevos proyectos, para luego convertirse en un intra-emprendimiento. En EE.UU., esto se refleja en que un tercio de las empresas entregan un día libre a sus empleados para que desarrollen proyectos de interés personal. Esta práctica que fue acuñada por 3M, a principios de los setenta, dio como fruto la invención del Post-it, aquel taco de papel que permitía anotar breves conceptos o ideas y, lo más asombroso, se podía pegar y despegar en cualquier superficie. Una simple idea inventada por el científico Art Fry en 1980, pero que sigue fascinando al mundo contemporáneo hasta el punto de que muchos ambientes de escritorio computacionales tienen Post-it virtuales e incluso hay obras de arte diseñadas con estos papelitos amarillos (¿fue Post-it el verdadero inspirador para Twitter?).

No podemos rehuir a la pregunta: ¿Es posible alimentar estos ambientes de innovación al interior de las empresas chilenas? La respuesta parcial y por ahora es no, pero estamos camino a eso y para que ocurra sería necesario un cambio cultural, que altere la relación vertical y jerárquica que aún subsiste en las compañías nacionales y convertirla en una modelo horizontal, donde las jefaturas estén abiertas a escuchar nuevas ideas y, sobre todo, sin temor a implementarlas. De otra forma, ¿será posible que las empresas chilenas puedan retener a sus recursos humanos, cada vez más libres y creativos, alentados por la posibilidad de la comunicación virtual, si lo que ofrece son encasillamientos continuos en lo que se “debe hacer” en negocios? 

Es aquí donde el Gobierno tiene que mantener su empeño en fomentar el emprendimiento, porque es en estos nuevos ambientes donde se valora más la flexibilidad y se apoya cualquier idea que permita sacar adelante el negocio. Esto sería difícil que lo financien las élites económicas, más dispuestas a apostar por oportunidades de menor riesgo y desechar el emprendimiento por el alto riesgo que involucra.

En la nueva economía del conocimiento es esencial anticipar “eventos”, capaces de cambiar el mercado e incluso la sociedad, como el iPhone. Vale decir lo que produce la competencia mediante un nuevo producto o servicio en sus procesos de innovación. Una vez que la clase ejecutiva chilena incluya este pensamiento, por cuenta propia podremos ser capaces de generar nuestra propia innovación tecnológica. En definitiva, las empresas nacionales pasarán de ser organizaciones que simplemente “podemos ser”, siguiendo al líder; a una que “queremos ser”, armados con las herramientas necesarias para proponer cambios.