jueves, 4 de abril de 2013

Singapur: Potencial modelo para la inserción de investigadores en Chile

Singapur es una pequeña isla de 707 kilómetros cuadrados, ubicada en el extremo sur de la península de Malasia. Con poco más de 4,5 millones de habitantes, ha sido un ejemplo de cómo implementar un camino hacia el desarrollo. En 1964, año de su independencia de la Federación de Malasia, Singapur tenía un ingreso per capita de U$ 438. Diez años después había aumentado por encima de $ 1.000. A comienzos de la década de 1990, ya superaba los U$ 10.000 y de ahí comenzaba un vertiginoso ascenso hasta superar los U$ 39.000 que hoy exhibe. Un auténtico tigre.

Singapur no posee grandes reservas de recursos naturales ni un significativo mercado interno, por lo que inmediatamente surge la pregunta: ¿Cómo fue capaz de lograrlo? Y la respuesta suena sencilla: Realizando profundas transformaciones al sector productivo, que se apoyó en una base científica y tecnológica para crear nuevos negocios. De esa forma, el país tomó la decisión de copar nichos de alta tecnología para generar una ventaja competitiva de conocimiento, donde ningún otro tuviera una posición dominante. Así el Gobierno inició la creación de centros de I+D en áreas designadas, la más notable en biomedicina, seguida por tecnologías de la información y energía; a medida que la investigación se acercaba a resultados aplicados se iban fundando empresas en base a ese conocimiento.



Para desarrollar tamaña capacidad de producción de ciencia básica y luego realizar transferencia tecnológica con aplicaciones en la industria, Singapur reconoció que necesitaba un número acorde de investigadores. Por lo que tuvo que "forzar" a las universidades públicas a aventurarse en la ciencia al borde del conocimiento, es decir explorar lo inexplorado y buscar nuevas respuestas a problemas recientes. Para ello hubo de ampliar los programas de doctorado (que es, básicamente, la formación de científicos) y además importar (atraer) investigadores desde el extranjero; situación que se mantiene hasta la actualidad. Como resultado de esta política pública, Singapur se ubicó en el tercer puesto del Índice Mundial de Innovación en 2012, solo por detrás de Suiza y Suecia.

¿Qué puede aprender Chile de esta experiencia? En términos de formación de capital humano, Chile está formando una cantidad histórica de doctores a través de becas en universidades nacionales y extranjeras. Se estima que en promedio a partir del 2013 y durante los próximos años, el país producirá anualmente 700 investigadores con el grado académico de doctor. Si consideramos que en la actualidad existen 4 mil doctores en Chile, para el 2018 se habrá duplicado su número.

La inquietud surge en la manera que estos doctores aportarán al desarrollo de nuestro país. Esta discusión que debe darse obviamente desde la forma en que producen y trabajan en actividades propias de su alta formación. Vale decir, si Chile está formando con fondos públicos, un investigador en física nuclear en Alemania o Concepción, el objetivo es que se inserte laboralmente en su área de estudio. La pregunta es casi obvia: ¿Tiene Chile la capacidad para absorber este capital humano avanzado? Para responder esa interrogante, vale la pena detenerse a analizar el caso de Singapur y cómo consigue insertar anualmente nuevas oleadas de investigadores.

Singapur hoy cuenta con 28 mil investigadores indistintamente de su grado académico (Chile con el triple de población apenas tiene 9 mil) y para albergar parte de este personal, el Gobierno asiático tiene 20 instituciones de investigación, que alojan a más de 2 mil 500 científicos (en el mismo caso, Chile posee poco más de mil). Una vez que un estudiante se titula como doctor tiene varias opciones en Singapur: postular a una beca de postdoctorado, que le permitirá seguir en la investigación básica y así a futuro convertirse en académico universitario estable; postular a un trabajo como investigador en el sector privado, donde seguramente optará a un puesto en ciencia aplicada; o bien realizar un internado en un centro de investigación, donde al cabo de dos años podrá tomar una decisión respecto a su carrera profesional, sistema bajo el cual tiene prácticamente asegurado un puesto laboral.

El postdoctorado es un instrumento clave para insertar nuevos investigadores dentro en la investigación pura (esta última actividad es muy importante para luego crear aplicaciones para la vida diaria; además la ciencia básica permite cambiar paradigmas en la sociedad, pensemos como ejemplo en la Teoría de la Relatividad de Einstein). Así, a medida que el personal va adquiriendo experiencia en sus etapas postdoctorales, es atraído por la industria a sus propios centros de I+D. Los incentivos para mantener este segmento profesional dentro de los laboratorios públicos son deliberadamente más bajos, comparados con los sueldos y beneficios de la industria, para de esa forma promover la movilidad laboral hacia el sector productivo y generar beneficios económicos. En ese contexto, las universidades y centros de I+D están preparados para “perder” investigadores regularmente a manos de la industria. Entonces, para mantener y luego incrementar el número de investigadores, las universidades y los centros vuelven a reclutar talento nacional y extranjero.
Igualmente, la presencia de empresas con sus propios departamentos de I+D es un factor trascendente en las políticas de inserción de investigadores en Singapur. Por esa razón, el Gobierno ha promovido una estrategia de atracción de compañías extranjeras así como la formación de start-ups locales, con base científica y tecnológica. Por su parte, el sector privado tiene un interés reciproco atrayendo el talento disponible, capaz de agregar valor y competitividad a sus empresas.

Entre los esperados efectos positivos que los PhD aportan a las compañías privadas se encuentran los conocimientos de punta en ciencia y tecnología. A través del proceso industrial aplicado, este conocimiento es capaz de convertirse en propiedad intelectual que otorga ventajas a la empresa, como son las patentes. Además, la inserción del doctor en la industria empuja a la conformación de redes con el resto de la comunidad científica. De esa forma, los doctores otorgan canales de conocimiento crítico para la firma privada, que en algunos casos son determinantes para su posición competitiva. A pesar de los beneficios que los investigadores aportan a la industria, la relación entre ambos no es fluida.

Uno de los vehículos utilizados en Singapur para conectar la ciencia básica con la transferencia tecnológica y posterior comercialización, son los parques y consorcios tecnológicos, donde de paso se define el rol gubernamental en el desarrollo de la ciencia y su promoción en la aplicación industrial. Así, se propicia un contexto de colaboración que provoca movilidad laboral de los investigadores desde la academia hacia el sector productivo.

De igual forma, la industria se va alimentando de esta sinergia con la investigación científica, para luego generar innovación; esfuerzo en el que necesita una significativa capacidad para crear su propia I+D o bien transferirla desde fuentes externas. Por tanto, estas actividades requieren que la empresa tenga su propio personal de I+D. Es así, como la industria constantemente atrae investigadores desde la academia para incorporarlos en sus organizaciones.

Chile no ha logrado construir un sistema equivalente, lo cual se demuestra en la baja inserción de investigadores en la industria y el aporte que hace el sector privado al gasto total de I+D (41% en Chile; comparado con más del 60% del promedio OECD). Aunque Chile presenta una aceptable producción de artículos científicos, las exportaciones de bienes manufacturados de alta tecnología son casi inexistentes, como asimismo el escaso licenciamiento que realizan extranjeros por patentes y tecnologías desarrolladas por investigadores chilenos.

Por tanto, la inserción laboral de investigadores está sujeta a una serie de factores que propician un entorno sin el cual sería muy difícil introducir a nuevos científicos. Ese entorno está compuesto por academia e industria, pero cuya relación es compleja, y para la cual necesita del apoyo de políticas públicas que desarrollen ese vínculo. En Singapur existe un cohesionado sistema nacional de innovación que hace frente al aumento de doctores. Entre ellas las más destacadas son la utilización de posiciones postdoctorales para abrir un puente entre formación académica e inserción laboral, la creación y fortalecimiento de centros de investigación en áreas prioritarias y la movilidad laboral entre ciencia e industria.

Estas tres iniciativas podrían replicarse en Chile, para que de esta forma los investigadores encuentren el contexto adecuado para insertarse rápidamente en el mundo laboral (tanto en academia como industria) y que, dados los escenarios creados mediante la intervención pública, sea capaz de producir ciencia y tecnología de clase mundial. No obstante, eso no sería posible si es que no se profundizan los lazos entre I+D e industria y donde existe un desbalance en Chile, que ha puesto mayores esfuerzos y recursos en la inserción de investigadores en la academia. Esta es una de las razones (entre muchas otras) que ha provocado que la industria nacional no posea lazos sólidos con la investigación científica, ni tampoco una estrategia de innovación definida, lo que finalmente redunda en la baja contratación de investigadores en el sector productivo.

De esta forma, se arriba a la conclusión de que, indudablemente, el sistema nacional de innovación chileno requiere de mayor coordinación para provocar la movilidad laboral desde el mundo académico hacia la industria, en la cual la experiencia internacional demuestra que la política pública de I+D+i debe ser una expresión superior articulada, producto de la coordinación y eficiencia entre sus participantes.