Los beneficios tributarios para que empresas y
organizaciones privadas desarrollen investigación y desarrollo (I+D), que luego
sirve de base para generar nuevos productos y servicios con aplicaciones
industriales y comerciales, son instrumentos públicos muy utilizados por los
sistemas nacionales de innovación.
Al 2010, más de 20 países miembros de la OECD entregaban
algún incentivo fiscal para incorporar y realizar I+D en la industria. Al
contrario de los subsidios a los cuales una entidad postula, los incentivos tributarios están abiertos a todos los potenciales productores de I+D en cualquier momento.
La OECD fija a EE.UU., Japón y Canadá como los tres países líderes
que más invierten en I+D mediante estos incentivos. Las empresas
estadounidenses recibieron U$ 7 mil millones de dólares por esta vía, mientras
que Japón superó los U$ 5 mil millones y Canadá los U$ 3 mil millones, según
cifras del 2008.
En el caso de Chile, la Ley 20.241 establece un incentivo
que rebaja vía impuestos de primera categoría al 35% de los recursos que destinen
a actividades de I+D, que puede ser realizada desde sus propias capacidades así
como subcontratando a terceros especializados. En tanto que el 65% restante
puede ser considerado como gasto necesario para producir la renta. Esto
significa que el crédito tributario puede empinarse hasta el 46%, mientras que el tope
máximo anual corresponde a 15 mil UTM (alrededor
de US $ 1 millón de dólares).
Según datos de Corfo, Chile certificó $ 33 mil millones de
pesos en 2014, que representa unos US $ 58 millones de dólares (según valor promedio
del dólar observador de ese mismo año que fue de $ 570). Mientras que para este 2015, se espera que aquella suma aumente a $ 40 mil millones de pesos en proyectos
certificados por la entidad (con la salvedad que el valor del dólar
observado promedio del 2015 se empina sobre los $ 638, lo que significa casi U$
69 millones de dólares).
Sin embargo, el vicepresidente ejecutivo de Corfo, Eduardo
Bitrán, reconoció al Diario
Financiero (21 de septiembre 2015) que los datos entre 2013
y 2014 son inferiores a períodos anteriores. Adicionalmente, el personero
advirtió que las bajas proyecciones de crecimiento para la economía chilena para el 2016 tendrán un
impacto negativo en el uso de esta franquicia.
¿CUÁNTO DEBERÍAN CRECER LOS APORTES VÍA LEY I+D?
Mucho se ha escrito y comentado que Chile solo invierte
0,39% del PIB en actividades de I+D, número muy por debajo del promedio OECD
del 2,4%. Aún más alarmante es la baja capacidad que tiene el sector privado nacional
para producir e involucrarse en I+D, participando con menos de un tercio en esa
inversión; mientras que la media OECD indica que la empresa aporta dos tercios
de la inversión en I+D.
El desafío que hoy enfrenta Chile es no solo aumentar la
inversión total en I+D hasta aproximarse a los estándares OECD, sino que
también lograr que la empresa se involucre a una velocidad aún mayor. Para alcanzar esos objetivos, se requiere aplicar una serie de supuestos, que el economista José Miguel Benavente anticipó en
el 2008. Por ejemplo: si la meta de Chile es duplicar su inversión en I+D,
saltando al 0,8%; la participación de la empresa tiene que crecer tres veces;
mientras que si Chile espera acercarse al 2,4% promedio de la OECD, la
inversión privada debe aumentar más de cinco veces. De esa manera, el
porcentaje de ese sector también se equipara al promedio OECD del 60% (como se
observa en la figura 1).
Figura
1: Proyecciones de crecimiento de la inversión en I+D en Chile
para alcanzar el promedio OECD
para alcanzar el promedio OECD
Si lo que se busca es producir I+D para que luego la
industria sea capaz de absorberlo y transferirlo, la Ley I+D es un instrumento
de gran potencial pues vincula ambas esferas.
A pesar de que ésta no es la única herramienta de política pública que el Estado de Chile ofrece para potencia esa relación, es un instrumento poderoso pues apalanca por cada peso del sector público otro peso del privado (formato 1+1).
Al respecto, existen significativos estudios que cuantifican
el impacto que puede tener un incentivo tributario en la inversión total del
I+D respecto al PIB. Por ejemplo, el Centro de Estudios de Políticas Públicas
VoxEU estimó que para aumentar un punto porcentual de la inversión del I+D
respecto al PIB se debe invertir igual cifra en créditos tributarios (Gaillar
y Straathof, 2015).
En otras palabras, para que Chile llegue al 1% de inversión
en I+D (creciendo del actual 0,39%), utilizando como supuesto solo el
crecimiento en proyectos certificados por la Ley I+D, y sin aumentar gasto en
otras actividades, ésta debería reportar sobre los $ 800 mil millones de pesos.
Esto supondría además que la empresa privada participaría por sobre el 60% del
total en la inversión de I+D que realiza Chile respecto a su PIB.
Para que eso ocurra el aporte de la Ley I+D debe crecer 24
veces desde su volumen actual. Algo difícil de suponer bajo las proyecciones de
crecimiento para los próximos años, donde la mayoría de las empresas chilenas estarán mucho más preocupadas del día a día que de invertir a largo plazo.
APALANCAMIENTO
El valor adicional que propone la Ley de I+D es que las empresas
salgan a buscar capacidades de I+D. Una carencia que el grueso de las compañías
chilenas padece y que para lograr deben, a mi juicio, relacionarse con las universidades. Por
otra parte, a las universidades nacionales se la ha achacado que produce gran investigación, pero con nulo impacto social y económico, debido precisamente a su baja vinculación con la
industria.
De esa manera, se pone a prueba la voluntad de ambas partes
por acercarse: la empresa debe entender que la I+D es un proceso lento y a
largo plazo, que debe integrarse en sus procesos de innovación con la
estructura que eso demanda; y, por su parte, la academia (principal generador de
I+D) tiene que adaptarse a las necesidades de la industria, si desea colaborar
con ella, formulando una investigación orientada al mercado.
Obviamente que ambos actores deben trabajar en mejorar sus
vínculos. En mi opinión, la empresa no puede delegar la gestión de I+D dentro de
un departamento de marketing u otro similar, sino que tiene que crear una
unidad específica de innovación. Por su parte, la universidad tiene que
potenciar y apoyar internamente sus oficinas de transferencia tecnológica. Si
el investigador, o incluso el brocker tecnológico, sale a buscar directamente
al gerente de finanzas de la empresa (o viceversa), sin el apoyo de
intermediarios, va camino al fracaso.
En ambos casos, la creación de infraestructura útil para
producir innovación puede convertirse en un motor capaz de levantar nueva
inversión en I+D. Las empresas necesitan primero crear áreas especializadas y capaces de
absorber I+D. Con estas capacidades instaladas, luego podrá generar su propia investigación, donde se necesita mucho capital humano avanzado, laboratorios que tiendan al escalamiento productivo, marketing y
difusión especializado en adopciones tempranas, vigilancia tecnológica, entre
otros.
En tanto, que las universidades deben potenciar e impulsar políticas de propiedad intelectual, orientando parte de su I+D hacia resultados aplicados, formando unidades específicas de diseño y prototipado, protegiendo resultados y aplicando metodología de transferencia ágil hacia la industria.
En tanto, que las universidades deben potenciar e impulsar políticas de propiedad intelectual, orientando parte de su I+D hacia resultados aplicados, formando unidades específicas de diseño y prototipado, protegiendo resultados y aplicando metodología de transferencia ágil hacia la industria.
A mi juicio, el componente más importante de esta ecuación
es el capital humano. La contratación en ambas partes de investigadores con
grado de magister y/o doctorado (becados actualmente por el Estado y quienes carecen de un
sistema de inserción adecuado) pueden ser una alternativa potente para convertirse
en los líderes, coordinadores y articuladores, que operen como puentes entre
los interesados.
La experiencia internacional en los líderes mundiales en
I+D+i indica que los agentes de transferencia poseen el grado de PhD y además cuentan
con la experiencia significativa en transferencia tecnológica y comercialización
de la propiedad intelectual. Situación que se puede replicar en nuestro país.
Si estos especialistas logran agilizar los resultados
a la velocidad que demanda la industria y minimizar el riesgo, es posible tener
casos de éxito en el mediano plazo, los que servirán de ejemplos para que el
ecosistema de innovación comience a adoptar un modelo de transferencia
tecnológica particular a las condiciones que Chile presenta hoy.
De esa manera, se puede apalancar recursos de inversión en
I+D, acercándose al 1% del PIB. Este esfuerzo conjunto entre gobierno, academia
y empresa tiene que ser permanente y entendido como crítico para sortear los ciclos
económicos que hoy nos afectan.