martes, 15 de mayo de 2012

La innovación popular



La creciente competitividad de la economía moderna ha llevado a las empresas a buscar nuevas estrategias en la forma cómo hacen negocios. Una de las fuentes de nuevas ideas ha sido tanto la ciencia de base como la ingeniería aplicada. Luego de la II Guerra Mundial, el consejero científico del gobierno estadounidense, Vannevar Bush, aseguró que los países que extravían sus habilidades de innovar en ciencia y tecnología, iban a perder irremediablemente también el control sobre su propio destino, al carecer del poder para generar prosperidad y seguridad nacional. Recordemos que Estados Unidos ganó la II Guerra Mundial gracias a los investigadores que inventaron la bomba atómica, derivada de múltiples teorías científicas.
En la actualidad, se espera que los países que realicen avances científicos de vanguardia les entregue un liderazgo para decidir la forma en que el resto del mundo vive. Disciplinas como la nanotecnología y biotecnología tendrán un profundo impacto en nuestra sociedad globalizada, gracias a la ingeniería genética, organismos sintéticos y, en un futuro muy lejano, los nanobots.

Un simple esquema de la política de innovación se desarrolla tradicionalmente de la siguiente manera:
 

Así, la cadena de innovación parte con el esfuerzo que hace el Gobierno, al otorgar subsidios a la ciencia para hacer investigación. Además el Estado debe procurar el constante desarrollo de nuevas generaciones de científicos, a través de las universidades, para que el ciclo de la investigación prosiga su desarrollo. Luego entran inversionistas que ven una oportunidad comercial en aquella investigación; no daña recordar que el objetivo del capitalista es obtener un retorno monetario sobre su inversión. La manera tradicional de comercializar ese descubrimiento es a través de empresas, ya sea establecidas o bien creando una nueva. Todo esto culmina en ofrecer al mercado nuevos productos y servicios que mejoren su calidad de vida.

No obstante, los avances científicos y tecnológicos son difíciles de traducir por las empresas y, por ello, en muchas ocasiones no logran ser interpretadas por el sector industrial. De esa forma, las compañías prefieren tomar un camino de solución interno a los problemas que presenta el mercado y la competencia. Con eso, están evocando la vieja (pero poderosa) estructura de “nosotros lo podemos hacer también (¡y aún mejor!)”. O bien, se excusan diciendo que la innovación es para las grandes corporaciones: “Somos pequeños y no tenemos tiempo para hacer investigación, primero vendamos el stock en nuestras bodegas, hagamos fluir las ventas y después hablamos”. Chile ha perdido 30 años con esa política empresarial. 

Es así, como existen industrias renuentes a innovar por el alto costo y riesgo que eso involucra. Aquello es entendible si la fuente de ideas es externa y tan elusiva de atrapar como el conocimiento científico. Sin embargo, existen otras posibilidades alojadas en el ingenio popular, la cual se puede ir complementando con la técnica. La técnica puede ser descrita como el conocimiento que busca llegar a un resultado determinado, como, por ejemplo, la reparación de automóviles.

Esta combinación de factores permite reconocer soluciones ingeniosas y, especialmente, diferentes a lo que el resto hace, las cuales son desarrolladas para mejorar los medios actuales y que al mismo tiempo sean capaces de promover cierta sustentabilidad en el tiempo (vale decir, hacer algo durante un período prolongado hasta que otra idea lo reemplace). La conjunción de ambas situaciones (ventaja competitiva y sustentabilidad), entrega indudablemente una posición de liderazgo para la empresa, la que debe contar con otras capacidades adicionales para capturar, desarrollar y vender tal innovación de base. Esa empresa debe tener presente que si no es capaz de innovar, la competencia lo hará y así conseguirá la antes mencionada posición de ventaja.

Entonces, en mi opinión, aquello no es posible conseguirlo con viejas ideas, que se disfrazan de novedosas y distintas gracias a técnicas de marketing (englobadas en las tradicionales cuatros Pes: producto, precio, promoción y plaza). No basta con ser el más barato o estar más cerca del público objetivo. Tampoco se resuelve con ofertazos de última hora. La clave es diseñar una tecnología, que bien puede ser incluso la combinación de múltiples componentes, para generar esa innovación de base.

Esta tecnología puede ser simple y provenir de una idea ingeniosa, que como un rompecabezas logra identificar y reunir las piezas que se necesitan para dar curso a la innovación y así generar un nuevo producto y/o servicio.

De lo contrario, la empresa que persiste en sus esfuerzos por vender más de lo mismo está condenada a desaparecer en esta floreciente economía del conocimiento.