Desde el 2009, el Parlamento viene
discutiendo sobre el Proyecto de Ley de Obtentores Vegetales que protege la
propiedad intelectual que colaboran en la creación de nuevas variedades
vegetales. La finalidad es modernizar la institucionalidad vigente e igualarla
con la firma de tratados internacionales de libre comercio y propiedad
intelectual que Chile ha suscrito en los últimos años.
Esto ha
abierto un acalorado debate acerca de la comercialización de los recursos
agrarios y silvopecuarios (vitales insumos alimenticios para la población) y la
manera en que éstos serán apropiados y convertidos mediante las nuevas
tecnologías. Por un lado, está la opinión de los defensores de la libre
agricultura, quienes claman por el uso permanente y abierto de las semillas y
cultivos que por generaciones las comunidades originarias y los agricultores
han utilizado. Además, muestran su legítima preocupación por la presencia de
nuevas variedades de alimentos genéticamente modificados (GM) y sus potenciales
efectos nocivos en los consumidores. A mi juicio, ambas aseveraciones han desvirtuado
el propósito original de este proyecto de ley, que logró, a la primera semana
de septiembre 2013, retirar la suma urgencia que tenía la tramitación en el
Senado. Por ello, vale la pena hacer un poco de historia para entender cómo se
llega a esta situación.
ANTECEDENTES
En
1994, Chile promulgó la Ley 19.342, que regula los derechos de obtentores de
nuevas variedades vegetales y cuyo objetivo fue alinear la legislación nacional
a la situación internacional, adhiriendo definitivamente al acta de la Unión
Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV) de 1978.
De acuerdo a la ley, un obtentor es la persona (natural o jurídica) que en
forma natural o mediante aplicación genética de laboratorio descubre una nueva
variedad vegetal. De tal forma, el obtentor obtiene el derecho exclusivo de la
producción de esta variedad vegetal, así como su venta, empleo o uso, e incluso
la utilización de la misma como planta ornamental.
Esta actividad tiene una gran
importancia en el desarrollo agrícola moderno, debido al gran crecimiento demográfico del último siglo y
que no tiene señales de disminuir; por lo que cada vez existe un mayor número
de personas que demandan alimentos para su subsistencia. Adicionalmente, deben
considerar los efectos del cambio climático, que requieren la explotación
racional de los recursos naturales. De este modo, la agricultura no podrá atender
esas demandas si no moderniza sus actividades mediante la introducción de
nuevas tecnologías que hagan más eficiente su producción.
Atendiendo
diversos factores fue que desde que el hombre conoció y aplicó las técnicas
agrícolas en las antiguas civilizaciones, surgidas en Mesopotamia y
posteriormente en Egipto, ha logrado crear variaciones vegetales de forma natural,
principalmente a través de la polinización. Este conocimiento ha sido
transferido y multiplicado por el resto de la humanidad hasta el día de hoy,
con lo cual prácticamente no existen alimentos que sean totalmente “naturales”.
Por ejemplo, la frutilla podría ser considerada con total justicia una variedad
híbrida o incluso transgénica, pues se obtuvo del cruce accidental de dos
especies nativas (una de Virginia, EEUU; y otra de Chile) en un jardín botánico
ubicado en Paris a mediados del siglo XIX.
De hecho, el 99,5% de los
alimentos que consumimos en la actualidad se han logrado en el cruce de
variedades y aquellos donde no fue posible obtenerlos de forma natural se han conseguido
a través de procesos “artificiales” (tecnología), como alteraciones químicas,
radiación, mutaciones espontáneas mediante la exposición a rayos solares y,
últimamente, la biotecnología. Esta última tiene su base en la tecnología que
estudia y aprovecha los mecanismos e interacciones biológicas, para luego
aplicarlas a la agricultura, farmacéutica, medicina e ingeniería de los
alimentos, entre otras, a través de técnicas in vitro de ácido nucleico. Aquí se incluye, por supuesto, el ácido
desoxirribonucleico (ADN) recombinante (ADNr), que luego se inyecta de forma
directa en células para fusionarlas y así obtener nuevos organismos celulares. De
esta forma, encontramos a la ingeniería genética jugando un rol crítico en el
control y transferencia de ADN de un organismo a otro, dando la posibilidad de crear
nuevas especies, efectuar “correcciones” genéticas y fabricar nuevos
compuestos.
MOTIVOS PARA LA
MODIFICACIÓN GENÉTICA
La razón para efectuar estas mutaciones de forma natural e in vitro son para obtener una semilla y/o variedad más resistentes, cambios climáticos, adaptación al tipo de suelo y cadenas logísticas de exportación, pasando también por el sabor, color, tamaño y contextura. Por tanto, se estima que el investigador o agricultor (obtentor) quien logra una mejora dentro de las variedades vegetales ha conseguido una nueva forma de propiedad intelectual. La cual en la mayoría de los países que fomentan el desarrollo científico y tecnológico es merecedora de un premio que otorga la sociedad, transformándola en un derecho patrimonial. Vale decir, este individuo o institución obtiene el reconocimiento exclusivo a hacer uso de ese derecho, mediante la concesión de una “patente”.
Esta situación es clave en el desarrollo económico y social de los países que reconocen la relevancia de proteger la propiedad intelectual del inventor, para que luego éste tenga los derechos de comercialización y explotación; así el investigador tiene los incentivos adecuados para crear, sustentando y promoviendo la investigación, vital en la moderna “economía del conocimiento”.
En el caso de las obtenciones vegetales este derecho está consagrado internacionalmente en la UPOV de 1978, a la cual Chile adhirió el 5 de enero de 1996 y a partir de la cual se promulgó la Ley 19.342. En 1991, la UPOV publicó un acta que se adecúa a los cambios científicos introducidos por la biotecnología, lo que abrió el camino al ingreso de grandes empresas (la más notable Monsanto) en la industria de los alimentos GM. La UPOV de 1991 vino a reemplazar al acta de 1978 y, por tanto, desde 1998 que los nuevos países suscribientes sólo pueden adherir el convenio de 1991.
EE.UU. fue el propulsor de la actualización de la norma internacional. Chile al firmar el Tratado de Libre Comercio con el país norteamericano, en 2004, se comprometió a adoptar la misma legislación internacional; de ahí surge el proyecto de ley de obtentores de semillas y cultivos, el que ingresa al parlamento en enero del 2009. Cabe destacar que la mayoría de los países latinoamericanos solo han adherido al UPOV de 1978, entre los que se cuentan gigantes silvoagropecuarios como Argentina, Brasil, Ecuador y Chile (este último el mayor exportador de fruta fresca de la región).
Para ponerse a tono con el convenio UPOV de 1991, la gran diferencia que incorpora el proyecto de ley (llamado popularmente en Chile Ley Monsanto) es que el titular tiene el derecho exclusivo para producir y comercializar su invención (como es por cierto el derecho de exclusividad que tiene una patente), por lo que exige la autorización del obtentor para la reproducción de las semillas. Esto solo aplica para cultivos y semillas nuevas, creados a partir de la técnica natural o artificial, con el objetivo de establecer un derecho de propiedad sobre esta "creación" a favor del obtentor. De esa forma, se pretende incentivar la generación de variedades nacionales desde la investigación científica, entregando valor agregado a la industria silvoagrepecuaria chilena. Así se pueden generar frutas y verduras más resistentes (sin necesidad de utilizar pesticidas), servir como antígeno a infecciones bacteriales, capacidad de mantener su frescura en cadenas de frío más prolongadas durante la exportación, cultivos con menor necesidad del agua, entre otras oportunidades agrarias y comerciales identificadas.
Según el proyecto de ley, cuando el obtentor confía plenamente en que ha conseguido una nueva variedad de semilla o cultivo lo puede inscribir en el Registro de Variedades Protegidas, en la División de Semillas del Servicio Agrícola Ganadero (SAG, dependiente del Ministerio de Agricultura). Aquí es evaluado por el Comité Calificador de Variedades, quienes determinan mediante pruebas y ensayos si la propuesta cumple con los requisitos legales: ser nueva, distinta, homogénea, estable y tener una denominación varietal. De otorgarse la patente por la nueva semilla, el derecho de exclusividad cubre un período de 18 años (árboles y vides) y 15 años (otras especies); no es un derecho a perpetuidad, ni mucho menos es la adquisición de derechos sobre variedades originarias ya conocidas u otras comercializadas. A cambio, el obtentor se compromete a hacer pública la estructura y los componentes genéticos de la semilla, con lo que se abre la puerta a nuevas investigaciones.
A la fecha, en el Registro de Variedades Protegidas podemos observar la distribución de los países de origen de las variedades inscritas según la legislación nacional vigente:
Fuente: SAG, 2013 |
Como podemos apreciar, Chile solo
tiene el 4% de las inscripciones en el total de las variedades frutales; el 2%
en variedades ornamentales; y 41% en variedades agrícolas. Estos indicadores
muestran las fortalezas de la investigación científica de nuestro país en una
determinada área y al mismo tiempo las variedades donde Chile podría perder
liderazgo debido a la innovación tecnológica que realizan otras naciones.
DISCUSIÓN
Innumerables voces, entre ellos investigadores
con doctorado, se han opuesto al proyecto de ley de obtenciones vegetales,
principalmente porque ésta traería desequilibrio entre los obtentores y quienes
no posean el derecho a explorar esa semilla nueva. Además, la iniciativa no
entrega compensación a los pueblos originarios y campesinos por aportar el
material que dio origen a la innovación; establecido en la Convención de la
Diversidad Biológica, suscrita por Chile en 1995. Incluso existe el temor de
que las grandes corporaciones se apropien de los cultivos originarios y los
conviertan en cultivos transgénicos.
A raíz de esta gran presión
social es que la iniciativa se ha detenido en varias ocasiones en el Parlamento
en los últimos cuatro años. No obstante, a septiembre de 2013 el proyecto ya
fue aprobado por la Cámara de Diputados y por la Comisión de Agricultura del
Senado, por lo que solo faltaría la votación en el Senado.
Por otro lado, diversos cultivos
genéticamente modificados, como la “uva redglobe” han generado millones de
dólares en ingresos para el país, mientras que la introducción de cultivos
ornamentales en Osorno ha creado nuevo empleos. Al mismo tiempo, los defensores
de los alimentos GM esgrimen que podrían ser un elemento crítico dentro de la
solución global al problema de alimentación para un población mundial que crece
segundo a segundo (en la actualidad existen casi dos mil millones de seres
humanos que viven bajo la línea de la pobreza; de los cuales más de la mitad
presenta síntomas de desnutrición). Es así como la Organización para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) advierte que en las próximas dos
generaciones, los hombres consumirán el doble de comida que previamente
necesitó toda la historia de la humanidad. ¿Cómo y cuándo se va a producir?
Es ahí donde se requiere la
introducción de nuevas tecnologías que hagan más eficiente la producción y
consumo de alimentos. Sin embargo, bajo ese panorama se visualizan escenarios
donde las grandes corporaciones controlarán este importante recurso para el
desarrollo humano (aunque esto ya es una realidad, pues en Chile las dos
grandes cadenas de supermercados ya controlan el 60% del abastecimiento de
alimentos y alrededor de una decena de familias son los propietarios del
sistema de producción agrícola, pesquero y ganadero del país).
Otra de las dudas que surgen casi
espontáneamente: ¿Son los alimentos GM nocivos para las personas? La ciencia no
ha encontrado respuestas concluyentes y afirmativas para respaldar tal
hipótesis. No obstante y por otro lado, las actuales prácticas de la agricultura
provocan un considerable daño al ecosistema a través de los pesticidas (causantes
de la mortandad de las abejas) y son ineficientes en el uso del agua.
Se estima que el cultivo de
alimentos GM logró reducir en 224 mil MT de pesticidas (entre 1996 y 2005) y 9
mil millones de kilos de CO2 (2005). Es más, la ciencia ha
desarrollado tratamientos médicos en base a productos GM, como la insulina y la
vacuna contra el cáncer cervical. El queso y el pan también han sido
genéticamente modificados con enzimas y levaduras alteradas desde 1980.
Aun así, es probable que la
alimentación GM no tenga todas las respuestas y sea solo un elemento más en la
compleja oferta de soluciones que debe surgir para atacar este problema. Pero
indudablemente que es una herramienta para lograr una agricultura sustentable y,
al mismo tiempo, ansiosa por alcanzar un marco legal adecuado para los tiempos
modernos que corren.
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